jueves, 12 de febrero de 2015

Las ciudades ensanchadas


Los planes de ensanche son una de las aportaciones más interesantes del urbanismo español en los últimos años del siglo XIX. Los ensanches tienen un punto de inflexión en 1892 cuando se dictó la Ley de ensanche que facilita la proyección de ensanches de todas las ciudades españolas.
Los ensanches consistían en la yuxtaposición de un nuevo conjunto urbano coherente, planeado de una sola vez y unido a la ciudad consolidada, pero con una morfología y estructuras propias. Con su creación se pretendía facilitar la construcción de viviendas, el crecimiento de la ciudad y el aumento de las rentas del suelo urbano. Las principales actuaciones planificadoras se aplicaron solamente en los espacios ocupados por la burguesía.
Estas actuaciones se irán introduciendo poco a poco. Primero se materializan los planes geométricos para la expansión urbana (obligatorios desde 1846); más tarde entran en vigor los planes de alineación de calles aplicados desde 1853 (que regulaban el trazado de las calles y la necesidad de que sean rectas, de una anchura determinada y organizadas en manzanas regulares); y por último, entran los planes de saneamiento que responden a las ideas higienistas sobre la salubridad en la ciudad.
Desde entonces las viviendas de los nuevos barrios se agruparon en manzanas, en torno a un patio y tenía una estética homogénea, a lo que se suman la mejora en servicios y equipamientos urbanos. Estos nuevos barrios de ampliación serán los ensanches urbanos y las actuaciones en la periferia.
Los ensanches se concibieron como áreas residenciales destinadas a la burguesía y clases medias que eran las que podían pagar el valor del suelo y de la construcción en altura.
Para realizar estos ensanches en gran medida se derribaron las murallas. El plano del ensanche responde a una serie de ideas burguesas como eran el orden (plano regular), la higiene (se dota de servicios adecuados de pavimentación, alcantarillado, agua, espacios verdes,…) y beneficios (se dota al espacio de actividades diversas (comerciales, ocio, etc…).

Los ensanches se desarrollan en planos regulares en cuadrículas con calles rectilíneas y más anchas que las del casco antiguo. El modelo más logrado de ensanche se ve en Barcelona, en donde se le da un uso residencial burgués. El ensanche barcelonés será proyectado por Ildefons Cerdá (Plan de Ildefonso Cerdá, aprobado en 1860), y en él se planifica mediante manzanas amplias, abiertas por uno o dos lados. Son casi como una auténtica ciudad nueva, y modelo de Barcelona fue el primero, y después le siguieron el de otras ciudades como el de Bilbao, Madrid o San Sebastián.
El espacio residencial se combinó con zonas ajardinadas que las posteriores necesidades de espacio irán suprimiendo y provocando un cerramiento de las manzanas y un aumento de la superficie, altura y volumen construido.
En 1861 fue rechazado por el Senado el primer borrador de ley de Ensanches, que tuvo que esperar hasta 1864 para su aprobación, seguido en 1867 del Reglamento. La influencia de esta ley en el desarrollo de los Ensanches fue determinante y contribuyó a que el resultado final se alejase de los proyectos iniciales.
Los Ensanches se convirtieron en zonas de especulación. Los propietarios de los terrenos obtuvieron beneficios fiscales, y en función de sus intereses pudieron mantener solares sin construir mientras que en otras zonas se superaba con creces la edificabilidad prevista.

El ensanche surge de las intervenciones de la burguesía que quieren dotar de un espacio propio donde este regido por el orden, regularidad y condiciones higiénicas y sobre todo para que sea lugar de obtención de beneficios económicos. El ensanche es la plasmación en el urbanismo del poder de la nueva burguesía.
La tipología del ensanche sigue un modelo de cuadrícula donde el espacio establecido es conocido como generador de renta.
En 1868 se produce el desarrollo de Madrid y Barcelona según los planes aprobados. En 1895, se promulgó la Ley de Saneamiento y Mejora de las Poblaciones, pensada para resolver los problemas de los cascos históricos.

En la Ciudad Condal, los planes para el derribo de la muralla elaborados por el ayuntamiento tropezaban con los de los ingenieros militares, que todavía se planteaban rectificar el trazado de las fortificaciones. En 1854, se autorizó, por fin el derribo de las murallas de Barcelona.
Ese mismo año, el gobierno civil encargó al ingeniero de caminos Ildefonso Cerdà la dirección de una comisión para levantar el mapa topográfico y estudiar el ensanche de la ciudad. Cerdà se dedicó de lleno desde 1849 a la urbanización. Su aportación teórica se recoge en el manual "Teoría General de la Urbanización", de 1867.
El ayuntamiento convocó en 1857 un concurso en el que se establecía que el ensanche sería ilimitado. El proyecto de Ildefonso Cerdà fue el elegido por el gobierno central.

El 31 de mayo de 1860 se publicó el decreto de puesta en marcha del proyecto de ensanche de Cerdà quien planteó su ensanche como una ciudad completamente nueva, no articulada en torno al casco antiguo.
Su característica principal es el trazado ortogonal uniforme, con tres ejes oblicuos (Diagonal, Meridiana y Paralelo) que facilitan su recorrido.
La unidad básica del Ensanche es la manzana de 113 metros de lado y achaflanada en sus esquinas, de manera que se crean pequeñas plazas en los cruces. Se preveían cuatro anchuras de calle (20, 30, 50 y 100 metros), la existencia de jardines en el interior de las manzanas y una edificabilidad mucho menor que la que finalmente se autorizó.

La uniformidad en el trazado, convierte al proyecto de Cerdà en una ciudad sin segregación social, aunque la realidad se acabaría imponiendo en su desarrollo.
Es comprensible que el proyecto de Cerdà resultase extraño para sus contemporáneos, pero el tiempo acabó por darle la razón, ya que la ciudad nueva se constituye en el Ensanche de Barcelona, demostró su idoneidad para la evolución de una urbe industrial y cosmopolita.
 Dentro de la Ley de Saneamiento y Mejora, se incluye el plan Baixeras para Barcelona (1889). Cerdà había previsto la apertura de vías sobre el viario antiguo, pero el rechazo de los propietarios imposibilitó su realización. El plan Baixeras también topó con la misma oposición, tras muchas demoras, se finalizaron las obras de la Vía Layetana en 1913.



En la misma época se planteó la necesidad del ensanche de Madrid. En 1857 el Ministerio de Fomento ordenó el estudio de un futuro Ensanche, cuya dirección fue encomendada a Carlos María de Castro, ingeniero al igual que Cerdà.

La memoria del plan se publicó en 1860, como en el caso de Barcelona. El ensanche de Castro se asemeja al de Cerdà en el trazado ortogonal y en no prolongar la ciudad histórica sino en constituirse en una ciudad nueva por el este y el norte.

La ciudad de Castro estaba segregada socialmente desde el principio, con su barrio aristocrático en el eje de la Castellana, zona burguesa en el actual barrio de Salamanca, y barrios obreros como Chamberí o el situado al sur del Retiro. El conjunto se cerraba por los actuales paseos de ronda, en paralelo a los cuales discurría un foso, con funciones fiscales y defensivas.

Fruto de la misma Ley de Saneamiento y Mejora, es el plan para construir una gran vía transversal en Madrid, para dotar a la ciudad vieja del eje este-oeste del que carecía. Ya en 1866 Carlos Velasco Peinado había propuesto una solución que como casi siempre fracasó por la imposibilidad de expropiar los terrenos. La ley de 1895 intentaba resolver dicha dificultad y el resultado fue la creación de la Gran Vía figuraba en el Plan General de Reforma de Madrid de López Salaberry y José Urioste (1905).

El nuevo eje debía servir para dotar a la ciudad de una avenida comercial. Empezado el proyecto en el breve mandato del alcalde Nicolás de Peñalver y Zamora (conde de Peñalver), completar el trazado llevó cuatro décadas.


Bilbao tenía el problema de que su término municipal era exiguo. En 1861 recibió la autorización para confeccionar un plan de ensanche, que se encomendó al ingeniero Amado Lázaro, pero este proyecto no fructificó y hubo que esperar a 1873, a un plan nuevo elaborado por el arquitecto Achúcarro y los ingenieros Alzola y Hoffmeyer.
 Ensanche de la ciudad de Bilbao / Bilbo 


El ensanche bilbaíno se hizo en el margen izquierdo de la ría, sobre el terreno en el que Pérez diseñó el Puerto de la Paz. La ciudad nueva se desarrolla como un damero en torno a una plaza elíptica de la cual parten ocho calles radiales, configuración influida sin duda por la plaza de L'Ètoile parisina. El crecimiento de la ciudad hizo que en pocas décadas el ensanche resultase insuficiente.
También San Sebastián, se vio en la necesidad de construir un ensanche, labor que se encomendó a Antonio Gortázar. Su proyecto estuvo muy influido por el modelo de Cerdà.
Ensanche de la ciudad de San Sebastián / Donosti
De igual forma, es muy notable la impronta del plan Cerdà en los ensanches de Tarrasa y Sabadell. Vitoria y Pamplona también construyeron importantes ensanches o Gijón en 1867.
En 1904, León desarrolló su ensanche, como respuesta a la incapacidad del casco antiguo de la ciudad de acoger a la creciente población de la ciudad, que aumentaba a gran velocidad desde la llegada del ferrocarril. La planificación del ensanche se realizó hacia el río Bernesga, para unir el casco histórico con el río y las instalaciones ferroviarias, al otro lado del río.
También hay unos espacios como los conjuntos suburbiales dedicados a las casas del proletariado, se ocupa por los emigrantes del pueblo rural. Habría un modelo dual: ensanches y suburbios. Esto llevó a una problemática ligada a las condiciones de vida de los arrabales por lo que fueron focos de enfermedad.

El ensanche en Córdoba está representado por la Avenida del Gran Capitán,  hoy boulevard de carácter peotonal. La avenida del Gran Capitán se planteó como parte del ensanche de Córdoba destinado a la burguesía de la ciudad. Este paseo se inicia con un eje central peatonal , ajardinado en sus bordes en el año 1859.
En dicha avenida se localizan algunos edificios de referencia cultural como es el Gran Teatro de Córdoba. Su construcción se llevo a cabo en los terrenos del desamortizado Convento de San Martín, siendo una obra del arquitecto Amadeo Rodríguez. En el exterior, destaca su fachada principal, que da a la Calle Alegría, así como la lateral que se asoma a la Avenida del Gran Capitán.
Al final de la Avenida y del ensanche se llegaría a la Antigua Estación de Córdoba. Su construcción fue la primera estación permanente de Andalucía ya que hasta entonces todas las demás se habían realizado de manera provisional. En 1865, el Ministerio de Fomento solicitó a la "Compañía del Ferrocarril de Córdoba a Sevilla", propietaria de la línea férrea, que construyera una estación permanente, recibiendo el proyecto el visto bueno en octubre de 1866.

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