martes, 28 de enero de 2014

La lesión y el contenido


Nota: Como la lesión se prolonga más de lo esperado y no van a mandar a nadie en estos días , al menos, quiero que este contenido, que es prácticamente el mismo que el de los apuntes, se lea para comentarlo brevemente en clase cuando yo regrese. Esta entrada es para leer, no para comentarla. Para comentar son las que anteceden a ésta.
Las migraciones exteriores son los movimientos de población fuera de las fronteras del propio país. España ha pasado de ser un país de emigrantes (desde mediados del siglo XIX hasta la crisis de 1975) principalmente a América del Sur, Norte de África y, más tarde, a Europa Occidental a convertirse en un país receptor de inmigrantes. 
Las etapas de la emigración exterior de los españoles las veremos en función del espacio de llegada.  Por eso podemos hablar, en primer lugar, de las migraciones intercontinentales.
Desde mediados del siglo XIX a 1914 se observa una primera etapa de auge migratorio con destino principalmente a América del Sur. 
Después de una reducción de la emigración a América tras la independencia de las antiguas colonias de España en América se produce un cambio a partir de mitad del siglo XIX cuando hay un aumento hacia los países latinoamericanos, y en menor medida, a Estados Unidos, Canadá y Australia. Es el período de mayor emigración a América. 
El origen de los inmigrantes es el norte peninsular con Galicia, Asturias, (en donde aparece la figura del indiano), a la cabeza, y seguida de Canarias. 
Los destinos favoritos de estos españoles son Argentina, Cuba y Brasil, en donde le esperaban trabajos relacionados con las actividades agrarias. Las causas de esta emigración se encuentran en la crisis agrícola en los territorios de origen, por lo que emigran campesinos jóvenes buscando un nuevo rumbo a sus vidas. El campo no les da de comer (agricultura atrasada, minifundio y alta densidad de población). El perfil del emigrante español de la época es el de un varón, agricultor y de bajo nivel de cualificación. 

Otro de los destinos de esta primera etapa de auge tiene como destino África del Norte. La emigración hacia el Norte de África será intensa desde mediados del s. XIX, manteniéndose hasta 1936 dirigida hacia Argelia y Marruecos. 



La segunda etapa es de descenso migratorio. Se enmarca en el período de entreguerras (1914-1945). Las causas de este descenso están en que las guerras reducen la emigración, si bien la recuperación tras la 1ª G.M. no llega a los niveles anteriores. Igualmente un hecho político frena la emigración a América vinculado con la crisis de 1929, pues los gobiernos americanos ponen trabas a la inmigración en Sudamérica. 
La Guerra Civil y la posguerra dificultó la salida, aunque para muchos el exilio es una opción inevitable. La tercera etapa de migración intercontinental es de auge. Se da entre 1945 y 1960. 
Las causas del aumento se encuentran en que se rompen las dificultades para salir de España (1946), y la salida del aislamiento internacional (1949) gracias al apoyo de la ONU y Estados Unidos (1953) al Gobierno de España. 
El origen de los emigrantes es el tradicional para el exterior: Galicia y Canarias. La emigración desde Asturias decayó por el desarrollo la industria siderurgia. El destino de los emigrantes españoles es ahora Venezuela, Argentina y Brasil. 



El perfil del emigrante español ha cambiado con respecto a la primera etapa. Ahora son nuevamente jóvenes, pero con una mayor cualificación (agricultores preparados, obreros y técnicos industriales). 
La causa de la salida importante se encuentra en la necesidad de los países sudamericanos de desarrollar su economía. Esto dio lugar a que al emigrante se le exigiera una mayor cualificación (ello explica la reducción del número de emigrantes). 
La cuarta etapa de migración exterior española intercontinental muestra un importante descenso. A partir de los años 60 el destino de los españoles es otro. Se impone la emigración a Europa, decayendo la emigración transoceánica (salvo Australia y Canadá). 

La emigración española a Europa se dan etapas. La primera etapa coincide con la primera mitad del siglo XX acabando a mediados del s. XX. La razón del fin es la segunda guerra mundial pone fin a esta etapa. El origen de los emigrantes españoles a Europa en esta época es el área levante, desde Cataluña hasta Almería. Está compuesta principalmente por agricultores. La guerra civil provoca que, más tarde, los emigrantes sean refugiados y exiliados de la guerra civil. El destino favorito es Francia para trabajar como agricultores estacionales, en la construcción, y en el servicio doméstico.  

La segunda etapa abarca desde 1950 a 1973. En ella se aprecian subfases. Entre 1950 y 1973 se produce la época de mayor auge hacia Europa. Las causas las encontramos en la coyuntura económica de Europa, que necesita recuperarse de la Guerra Mundial, y no lo puede llevar a cabo pues su población se ha debilitado, por lo que demanda mano de obra; y por razones internas, ya que en España hay una gran presión demográfica, junto a la crisis de la agricultura tradicional y una escasa industrialización. 
El origen de esos emigrantes españoles se localiza en Andalucía y Galicia, mientras que los destinos son Francia, Alemania y Suiza. El perfil del emigrante español de estos años es el de varones poco cualificados, que desempeñan los trabajos que los autóctonos no quieren (los más duros, los más peligrosos, los peor pagados) como son los peones industriales, mineros, construcción, servicio doméstico. A partir de 1964 con la puesta en práctica en España de los Planes de Desarrollo se ralentiza el proceso (también influye una crisis europea en esos años), para recuperarse más tarde. 

La tercera etapa se produce en 1973. A partir de 1973 encontramos una reducción de la emigración española a Europa motivada por la crisis energética. Muchos emigrantes regresaron. Fíjate en como los retornos superan las salidas a partir de 1976 Hoy es una emigración es menos importante. La que se produce está protagonizada por una migración de temporada y temporal y asumida por gallegos y andaluces. Con todo no podemos olvidar el cada vez más relevante número de españoles que empiezan a ser contados como trabajadores cualificados en empresas europeas. La emigración permanente de españoles en Europa se concentra en Francia, Reino Unido y Alemania. 
Hasta 2010 se podía afirmar que España ya no era un país de emigrantes. Las causas están en la mayor formación de la mano de obra, que aspira a mejores empleos; el aumento del nivel de vida, y la dualidad entre los trabajos mejor pagados (españoles) y los peores (inmigrantes). Desde la crisis de 2008 la emigración hacia el exterior, ya sea  hacia Europa o hacia América ha aumentado.
De todas manera en la primera década del siglo XXI, España se convirtió en un país de inmigración. Actualmente el número de inmigrantes superan los 5’5 millones. En octubre de 2012, el Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó un dato demoledor: entre enero y septiembre de este año abandonaron España 420.150 personas, de las que 54.912 son ciudadanos nacionales que buscan en otras tierras una alternativa a un país con un 24,6% de paro que, directamente, priva de trabajo a uno de cada dos jóvenes. 
La cifra del INE revela dos realidades inquietantes. Por un lado, el hecho de que el 87% de los emigrados sean extranjeros indica que España ya no es esa tierra prometida a la que llegaron tres millones de personas entre 2003 y 2008 para buscar un futuro mejor a la sombra de la burbuja inmobiliaria. El sueño se ha acabado y latinoamericanos, africanos y europeos se baten en retirada con la maleta repleta de decepciones. 
Por otra parte, los datos oficiales dicen que en los primeros nueves meses del año han dejado su patria un 21,6% más de españoles que en el mismo período de 2011, cuando lo hicieron 45.162. Y en todas las comunidades autónomas se van más trabajadores nacionales de los que entran. La razón es que ni hay trabajo, no datos prometedores en el corto y medio plazo y hay que mirar de fronteras afuera para ganarse los garbanzos y acumular experiencia. 
Desde 2008, cuando la crisis empezó se han ido de España más de dos millones de personas. De éstas, alrededor del 10% son españolas: unas 215.000, el equivalente a la población de Cartagena. 
Las estadísticas apuntan que el perfil de nuevo emigrante es de lo más variado, aunque predominan aquellos con edad próxima a la treintena y con estudios superiores. Algo muy alejado del prototipo de ciudadano humilde, por lo general curtido en la dura realidad agraria, que protagonizó las estampas del éxodo en la mitad del siglo XX. Ahora son arquitectos, ingenieros, médicos, periodistas, abogados o simplemente personas con ánimo emprendedor que ven España como un territorio imposible para la apertura de un negocio. Entre los destinos ahora más recurridos destacan Reino Unido, Francia, EEUU, Alemania o Ecuador, entre otros. 
En algunos casos los letreros de bienvenida han permitido encontrar trabajo como ingenieros para Alemania, enfermeras para Arabia Saudí o Gran Bretaña, camareros para Austria, o médicos para Reino Unido. Las regiones más ‘exportadoras’ de este personal cualificado son Cataluña, Comunidad Valenciana y Madrid. Las migraciones exteriores también tienen consecuencias no sólo para el crecimiento real de un país en distintos aspectos y que afectan a muchos campos diferentes. 
Destacan las siguientes consecuencias demográficas, pues con ella disminuye la población española y contribuye a explicar los desequilibrios actuales. También las consecuencias económicas, ya que fueron positivas porque aliviaron el crecimiento vegetativo y el paro; los emigrantes enviaron divisas que financiaban el desarrollo español y reducían el déficit comercial, aunque éstas no se reinvirtieron en las zonas degradadas sino en aquellas que ya estaban a un alto nivel de desarrollo. 
Hubo igualmente consecuencias sociales visibles en el desarraigo social, en las penosas condiciones de vida, salarios bajos (en comparación con los autóctonos); los primeros en ser despedidos en momentos de crisis. Problemas en el retorno. 
Pero tan importante es valorar las consecuencias de las migraciones en España como calibrar el papel de los inmigrantes en nuestro país. Hay que distinguir entre los inmigrantes tres grupos: los nacionalizados, los legales y los ilegales. 

Los nacionalizados son inmigrantes que tras varios años de permanencia en el país pasan ser españoles de pleno derecho. Los legales son inmigrantes que obtienen permiso de residencia y mantienen su nacionalidad de origen. Mientras los ilegales son aquellos inmigrantes que no tienen legalizada su situación. Los datos anteriores no tienen en cuenta el volumen de inmigrantes clandestinos, a estos, los medios de comunicación los llaman “ilegales” pero dicho término es contrario a la declaración universal de los derechos humanos. No hay personas ilegales. 

Los flujos de inmigrantes extranjeros en España, muchas veces, vienen marcados por acontecimientos internacionales. Por ejemplo, llegaron muchos sudamericanos en los años 70 como consecuencia de las inestabilidades políticas en sus países de origen. El conflicto Irán-Iraq de los años 80 fue otro generador de inmigrantes. Desde la caída del muro en 1989 vienen desde los países del este. Bosnios y albano-kosovares han legado por los conflictos en la desmembrada Yugoslavia. Actualmente los flujos son de asiáticos y africanos, tanto subsaharianos como magrebíes. 

La población extranjera residente se situaba el verano de 2003 en 1.448.671. Dicha población se ha triplicado en los últimos tres años y continúa en aumento La proporción de extranjeros, que alcanzó el 8,5% del total de la población a 1 de enero de 2005, se ha situado en torno al 8,7% según los datos provisionales del Padrón a 1 de enero de 2006. Para 2009 los inmigrantes suponían el 12 % de la población de España, cifra que se mantiene estable una vez terminado el año 2013.
España es desde el 2009, además, el décimo país del planeta que más inmigrantes posee en números absolutos, por detrás de países como Estados Unidos, Rusia, Alemania, Ucrania, Francia, Canadá o el Reino Unido. 
Por Comunidades Autónomas son las Islas Baleares las que presentan una mayor proporción de población extranjera. Las comunidades con mayor proporción de extranjeros son Illes Balears (21,7%), Comunitat Valenciana (17,4%) y Comunidad de Madrid (16,4%). Por el contrario, las que tienen menor proporción de extranjeros son Extremadura (3,3%), Galicia (3,8%) y Principado de Asturias. La población extranjera de Ceuta se mantiene estable y en Melilla se ha producido un incremento de aproximadamente mil personas.

Las actividades de destino de los inmigrantes se concentran en el sector servicios en donde trabaja el 67%, frente al 13´5 de la agricultura, y el 8% en la construcción y la industria. La agricultura es la actividad de carácter estacional más demandada. Destacan las vinculadas con las campañas de recogida de fresa de Huelva, la pera de Lleida, el trabajo en los invernaderos almerienses, o la campaña de la aceituna en Córdoba y Jaén. 
En servicios, los inmigrantes han encontrado acomodo en el funcionamiento de los hoteles de nuestras costas, el servicio doméstico, el cuidado de ancianos o niños. Estas últimas actividades en parte no serían posible sin los trabajadores extranjeros. En el sector secundario la población inmigrante busca trabajo en la construcción. 

En cuanto al perfil de los inmigrantes se pueden establecer tres grandes grupos formados por los inmigrantes comunitarios, grupo formado principalmente por jubilados que buscan mejores condiciones climáticas. Vienen igualmente adultos que se desplazan por cuestiones laborales (trabajo y negocio). 
Un segundo grupo estaría formado por los inmigrantes extracomunitarios. Es un grupo que viene por razones económicas dada la carencia de trabajo y recursos en los países de origen. También los hace por razones políticas debido a persecuciones políticas (la mayoría proceden de Europa del Este, Asia, África y América Latina. Son jóvenes y trabajan en empleos poco cualificados: construcción, minería, agricultura, pesca, servicio doméstico. 
El tercer grupo estaría formado por inmigrantes que responden a otras situaciones y estas migraciones son las protagonizadas por jóvenes que no vienen a trabajar, sino a formarse como estudiantes. La mayoría están en Granada, Madrid y Salamanca. 

Los extranjeros residentes en España pertenecientes a la UE-27 suman 2.266.808. Dentro de éstos destacan los ciudadanos rumanos (796.576), seguidos por los del Reino Unido (374.600) y los alemanes (190.584). 
Entre el colectivo de extranjeros no comunitarios, los ciudadanos marroquíes son los más numerosos (710.401), seguidos de los ecuatorianos (413.715) y los colombianos (292.971). Respecto a las cifras no hay cambios significativos en el peso relativo de la mayoría de las nacionalidades, aumenta el de los ciudadanos marroquíes y el de rumanos, y disminuye el de ecuatorianos, bolivianos y argentinos. Entre el 2001 y el 2011 destaca especialmente el incremento de rumanos y marroquíes en términos absolutos y el de paraguayos, bolivianos y rumanos en términos relativos. Esto desmiente la idea de que la mayor parte de la población inmigrante lo haría en patera o en cayuco, como, a veces, desde los medios de comunicación se ha transmitido. Lo cierto es que un número importante de extranjeros ha entrado en España con un billete de avión en la mano. Durante 2008, por ejemplo, la cifra de ciudadanos rumanos es la que había experimentado un mayor crecimiento, con un saldo de 64.770. Otros crecimientos importantes se dieron en el número de ciudadanos marroquíes (57.706), los del Reino Unido (21.643) y los de China (19.511). 
Los mayores incrementos relativos, entre las nacionalidades con mayor número de empadronados, corresponden a ciudadanos paraguayos (19,4%), chinos (15,5%) y peruanos (12,5%). Por grupos de países, los más numerosos son los ciudadanos de la UE-27, que representan el 40,5% del total de ciudadanos extranjeros. Le siguen los ciudadanos de América del Sur, que suponen un 28,1% del total de extranjeros. 
Las consecuencias de las migraciones son muy importantes y se agrupan en tres campos: demográfico, económico y el social. 
En lo demográfico provocan un rejuvenecimiento de la población, por lo que ralentizan el descenso de la natalidad. 

En los económico, algunos trabajadores españoles asocian a los inmigrantes como competidores por lo que vinculan inmigración con desempleo. Esta idea es falsa pues los inmigrantes toman los empleos que por su dureza o bajo salario son rechazados por los españoles. Los extranjeros eran para 2006 un 5´36% de los cotizantes a la Seguridad Social (los hijos de madres foráneas suponen el 10´44 % del total del alumbramiento). Son pues una alternativa para cubrir las necesidades de una población cada vez más vieja. 
También hay consecuencias sociales. Ha surgido en España en determinados grupos la falsa idea de “invasión” o de exceso de la inmigración. A esto se le unen ideas extremistas que difunden la idea de que la inmigración, puede reducir la identidad nacional. Estas ideas han dado lugar a veces a brotes de racismo y xenofobia. En España muchos inmigrantes sobreviven en duras condiciones laborales y de vida, sobre todo de los ilegales. La pobreza y el rechazo ha generado que una minoría de estos inmigrantes hayan sido captados por redes mafiosas para tráfico de drogas, crimen organizado, prostitución, mendicidad... 

Las diferencias culturales, religiosas y lingüísticas hacen a veces difícil su integración y pueden suscitar tensiones en la población autóctona. Para ello centro como el nuestro realizan una importante labor para integrar y presentar la interculturalidad de nuestra ciudad. Pero también ha aumentado la idea de solidaridad con grupos de inmigrantes en parte por las crudas imágenes de pateras y cayucos que muestran el riesgo real a morir en el mar (pateras) para alcanzar un sueño que muchas veces acaba en pesadilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario