domingo, 1 de enero de 2012

Nunca es tarde

Esta semana pasada he estado en Madrid. En el Museo Municipal de esta ciudad recogí un folleto informativo de una exposición celebrada en su Museo de Historia entre los días 25 de abril y el 15 de septiembre del año… 2008. Ese año fue la fecha en la que se conmemoró profusamente el bicentenario del inicio de la conocida como Guerra de Independencia (1808-1814).
La Exposición se llamaba Guerra y Territorio, teniendo como subtítulo el de “Mapas y planos 1808-1814”. ¿Qué tiene esto que ver con la materia geográfica con la que trabajamos? Pues mucho más de lo que yo suponía. No sólo está ya la muy importante muestra de las aportaciones cartográficas al conocimiento en este caso al trazado urbano de la ciudad en la que se inició el conflicto armado contra los franceses, - materia ligada a la que nosotros trabajaremos en la sección de Geografía Urbana -, sino por algo que me llamó notablemente la atención: en el folleto se dice, y creo con toda razón y conocimiento, que España al comenzar el siglo XIX era un país geográficamente desconocido. Insisto geográficamente desconocido. Por ejemplo, la Península Ibérica no tenía aún ese nombre, al igual que el resto de cordilleras, salvo los Pirineos.



Para los naturales de la España de entonces las montañas eran montañas, y los valles únicamente eran valles, pero no se le daban nombres ni apellidos a casi ningún espacio morfoestructural. Este desconocimiento del terreno español, llevará a los ingenieros del Ejército napoleónico que penetraban en este desconocido y hostil paisaje a levantar mapas a medida que se adentraban en esta trabajosa península. El modelo de guerra de la Francia de Napoleón Bonaparte exigía un conocimiento riguroso del territorio, con una representación adecuada del relieve, de las masas de vegetación, de las vías de comunicación, etc. Nada de esto existía en España en ese año de 1808. Los franceses se movían casi a ciegas, conociendo el territorio a medida que avanzaban. Las serranías y cordilleras, extensas potentes y frías; la amplitud y seccionamiento de las parameras; la brevedad de las tierras bajas y templadas, o del clima oceánico; la escasez de comunicaciones y de núcleos propiamente urbanos, configuraban un difícil medio, se presentaba con tanta hostilidad como los lugareños hispanos. Este enorme esfuerzo cartográfico de los ingenieros franceses puede considerarse como la herencia más positiva de aquellos desoladores años.

3 comentarios:

  1. Hola soy MªÁngeles Muñoz.

    Bien es verdad que tenemos mucho que agradecerles a los franceses, pero de un modo o de otro, si ellos no hubieran hecho esas cartografías las hubiera hecho otra persona. Al igual que alguien les puso nombre a los planetas o a los días de la semana, se hubieran puesto nombre a los sistemas montañosos y valles que nos rodean.
    Hubiera preferido que no nos hubieran dejado nada de esto a cambio de no haber matado a tantas personas en el transcurso de la guerra.

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  2. Hola, soy Cristina Espejo.

    En mi opinión, estoy de acuerdo con que lo único que debemos de agradercer por parte de los franceses es ese esfuerzo cartográfico que tuvieron y que gracias a ello hoy podemos conocer con nombre propio la enorme variedad de sistemas montañosos que rodean nuestra península.

    Por contra, apoyo la postura de mi compañera, al afirmar que en vista de lo sucedido, durante el trágico periodo que comprenden las guerras contra los franceses, prefiero que no hubiesen realizado ese esfuerzo si en cambio se evitara la alteración social y la destrucción de infraestructuras, industria y agricultura, además de la bancarrota del Estado.

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  3. Soy Cristina Estévez Domingo.
    Creo que hay que agradecerle a los franceses ese esfuerzo cartográfico que tuvieron que hacer. La verdad es que la historia sorprende mucho ya que gracias a esa guerra que tuvo consecuencias negativas como otra cualquiera, se pudo conocer la España física. De todas formas, una guerra tiene más consecuencias negativas que positivas y hubiese preferido que no se hubiese producido antes de conocer el relieve español que de otra manera se hubiese conocido más tarde.

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